Una década desde tu partida

El amor es uno de los sentimientos más sublimes del ser humano, es sin duda una medicina que te regenera el corazón, el alma y  la propia vida. Somos bendecidos por tener el amor de la familia aquel amor que dicen que es incondicional que no espera nada, pero a veces dudo de aquello, conozco a padres que con el tiempo se olvidaron de sus hijos no solo por sus obligaciones económicas, sino porque el sentimiento, no era lo realmente intacto para seguir junto a sus hijos, pero uno como hijo solo le queda perdonar y tratar de entender lo entendible. 

Una vez superado aquel amor de padre que alguna vez me falto, Dios fue bueno y me concedió un padre que no es de sangre, un abuelo y sobre todo un hombre que ama a mi madre de una manera extraordinaria, aquí no importaron los años, ni los daños sino la convicción de ser parte de una familia que estaba ahí vulnerable a las situaciones de la vida. 

Con el paso del tiempo pensé a ver conocido al amor de mi vida, el fruto de ese amor fueron mis hijas la razón de mi existencia y mi lucha de cada día, por alguna extraña razón pensé que el padre de mis hijas debía ser el amor de mi vida, el que me iba acompañar por el resto de mis días y ese anhelo de tener una familia feliz. 

Sin duda los planes de él eran muy diferentes a los míos, así que el decidió hacer una nueva familia , Dios planificó para mi una nueva vida, nada fácil en un comienzo con una nena de tres años y otra de ochos meses, el reto planteado era muy grande, pero de alguna manera ellas me dieron la fortaleza para seguir adelante, sus vidas dependían de la mía. 

Dios me dio la oportunidad de conocer a mi ángel de la guardia, un hombre con un corazón de oro Xavier González, alguien que fue pegando los trozos de mi corazón uno a uno con tanta paciencia, con amor pero sobre todo con un sentimiento tan difícil de describir, el me acepto con mis  hijas, con una vida llena de incertidumbres donde supo ponerme en el lugar y en el momento adecuado con su familia y me fue demostrando lo que es realmente el amor incondicional y de pareja. 

Recuerdo tanto sus sueños, sus anhelos, sus ganas de hacer feliz aquellos niños y niñas al conocer un avión, la alegría de regalarles un momento junto al cielo casi tan cerquita de Dios, esas miradas de esos niños las tengo marcadas en mi corazón, su lucha por ser un buen padre y que a su hija no le falte nada, su fortaleza para hacerles creer a sus papás que todo esta bien por no preocuparlos, el cariño y admiración a su hermano que no siempre podía expresar pero lo hacía en sus acciones,  su intento de estar conmigo de darme seguridad, de acercarse a mis hijas ayudándoles a ser sus tareas,  a enseñarles el valor de respetarme y amarme,  y aunque el tiempo fue poco logro tocar fibras muy sensibles que permitieron que vuelva a sentir aquella ilusión de tener una nueva oportunidad en mi vida. 

El me regalo cuatro años de su vida, los mejores de mi vida sin duda, pero un trágico accidente termino con todo los sueños, las ilusiones y con el anhelo de mi corazón, han pasado ya diez años de su partida y mi corazón lo recuerda y lo tiene presente, existen situaciones en la vida que te pueden romper en mil pedazos, pero aún no encuentro las palabras para describir lo que es perder a un ser amado enterrarlo, llorarlo y saber que jamás lo volverás a ver. 

Perderlo me dio una nueva visión de vida, me hizo plantearme tantas preguntas que aunque ha pasado una década aún no tengo las respuestas, solo se que cada día agradezco a Dios por lo que hoy tengo, por aquellas luchas en silencio, por aquellas personas que han llegado a mi vida y como un faro me han regalado una luz de esperanza para seguir este camino llamado vida. 

 Gracias por escogerme en tu vida y dejarme compartir parte de la mía. 



  

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